El tipo estaba sentado en un café pensando un poco irritado en su cumpleaños. 52 años el día de hoy. Noviembre, siempre volvía ese mes pesado y melancólico cuando no se lo esperaba. Qué idea haber nacido un mes cuyos días se iban ineluctablemente acortando, oscureciendo y enfriando hasta llegar diciembre. Alzó la cabeza y observó el cielo gris. Miró los árboles raquíticos, las hojas muertas embarradas por el suelo. Un viento helado entró por su tapado mal cerrado. “Qué mes antipático”, tomó la taza de café con las dos manos para sentir el calor que todavía desprendía la bebida amarga. Acaso su mujer invitaría a algunos amigos a cenar. No habían hablado del tema. Había salido temprano, sin verla, sin darle el beso que la despertaría como siempre cuando se iba a trabajar. En el frío de la calle se sintió solo. Solo frente a la indignación que le causaba envejecer cuando en su cabeza nada o tan poco había cambiado. De repente la vio pasar. Una mujer rubia, alta, elegante con un tapado que le cubría la nuca. Un tapado gris, liviano, que se adaptaba perfectamente a su cuerpo delgado. Un gesto, una manera de andar lo atrajo. La miró pasar por la calle del frente como una visión efímera, una tentación irreprimible. Caminaba apurada a pesar de sus tacos altos. Se levantó para alcanzarla y preguntarle su nombre. Y ¿por qué no? ¿Cuál era el problema?, solo quería verla, acompañarla un rato por la calle, quizás invitarla a un café, no, pensó: mejor, un alcohol que les calentaría ambos el cuerpo y les alegraría el corazón. Se sonrió: es mi cumpleaños, ¿o no? La gana de hablarle se hizo imperiosa. Apuró el paso, la mujer había doblado la calle y por un momento había desaparecido. Trató calcular el camino más lógico, se puso a correr hasta el final de la calle, la divisó cruzando una avenida, se metió como un loco entre dos autos que bocinaron enojados, ignorando la calle, la siguió de lejos pero con los ojos fijos sobre su espalda. La persiguió unas cuatro cuadras. El tipo, ya no pensaba, estaba concentrado sobre su presa, respirando hondo. Qué lindas piernas tenía, no las veía pero el movimiento de su caderas al andar, le daban a imaginar, piernas largas, atléticas, cómo a él le gustaban, la cintura, le miraba la cintura, las ondulaciones de pelo. La mujer entró en un estacionamiento interior y ahí la perdió de vista. Se detuvo para acostumbrarse a la oscuridad ynuevamente la percibió metiendo en el baúl del auto unos paquetes, se acercó a ella, despacio.
-¡Ramón! ¿Qué hacés aquí?
-¡Estela! Tu pelo...
-Sí cariño, acabo de salir del peluquero. ¿te gusta? Me teñí de rubio ¿Qué te pasa? ¿No te gusta? -No nada, me encanta. ¿Ese tapado?
-¿Cómo que tapado? Me lo regalaste hace siete años... Estás raro. Además, ¿qué hacés por aquí? -Te he visto caminar por la calle, te he seguido.
-He invitado a José y Corina, Marcelo, Soledad, todos vienen a comer a casa, apurate, ayudame a poner estos paquetes en el auto que vamos a llegar tarde.
-Sí, bueno, vamos a casa.
-Ah, casi me olvidaba, feliz cumpleaños mi amor, a ver dame un beso.
-Estela... te quería decir, el pelo, me encanta.
-Qué sonso sos. Me alegro. A ver, date prisa.
No sé si esto sale en el post "el tipo estaba sentado..."
ResponderEliminarEs..., no sé. Tienes ante ti una flor a la que apenas prestas atención porque la vez siempre, ya ni atiendes ni le falta agua, si le cae alguna hoja... y de repente,¡zas!, crees divisar una nueva flor que te acelera los sentidos, descubriendo que es la flor de siempre, sólo tu mirada ha cambiado. (Creo que me he liado con el comentario :-/ )
fuera del coment: moraleja, hay que mirar más a la flor propia (creo que tampoco me expliqué, da igual, las moralejas no son lo mío)