Hoy la plaza estaba casi vacía. No había nadie. Como siempre durante las vacaciones escolares los franceses huyen, abandonan la cuidad, y los que quedamos siempre tenemos la impresión de ser aún más extranjeros en un pueblo adormecido. Qué raro estaba todo. Me desconcertó este exilio, me dejó incrédula. Sin embargo, así cortada como por encanto del barullo habitual, de la agitación de los comercios y cafés, pasé feliz con el auto volviendo a conquistar mi territorio. Los tres chicos sentados detrás, gritando, Miguel y Benjamín peleándose por la game-boy, Silvina dando patadas al asiento de enfrente, el mío, para mover las piernas y no aburrirse me imagino, ¿por qué se moverá tanto esa chiquita?
Pensé mientras manejaba ¡¿dónde se habrá metido la señora Bouvrier!?, vieja mala, que cuando lo saca a pasear a su perrito, un perro menudito, histérico, que siempre anda dando saltitos, pegando gritos agudos, camina ella quejándose en voz alta, se entretiene retando a los mendigos por ser sucios y estar tirados por el piso. ¿Dónde estará el señor con bigotes panzón y simpático que se sienta en la mesa más adelantada del café con su diario y su pipa? Parece caricatura el hombre, siempre saludando a todos los transeúntes. No había ningún chico corriendo por las veredas, el pueblo estaba entre paréntesis.
Me retraje del ruido, los gritos, y miré, volví a descubrir esta plaza. Las casas de piedras claras con sus persianas blancas o azules, celestes, resaltaban esta mañana y me sorprendieron como si no las hubiera visto nunca antes, será porque están cerradas, he pensado riéndome; los árboles: los tilos, los castaños y los plátanos, tantos por aquí, no me había dado cuenta, me parecieron más grandes, más bellos, más en su lugar en estas calles chuecas, estrechas, viejas, magníficas del pueblo. Qué bonito es esto. Encontré un lugar para estacionar, un milagro.
-Cállense por favor, chicos por favor. Hijo cerrá tu ventanilla.
-Pero mamá no me deja de molestar con el juego, no me quiere dejar tranquilo, ¡mammmááá! ... que me toca el brazo...
-¡Miguel! no molestes a Benjamín por favor,
-Pero, el juego es mío, me toca jugar a mí.
-Mamá me quiere sacar el juego, mammmaáá,¡Mamá Miguel me ha pegado!
-Estoy estacionando, dejen de molestar un minuto que me tengo que concentrar. ¡Silvina! no pegués a tus hermanos.
-Están gritando, me duelen las orejas.
-Pará de patear el asiento por favor hija que me estás volviendo loca... Dejá de tocarlo a tu hermano, Miguel, dejálo tranquilo.... MIGUELLLL, la ventanilla...
Pego el grito y en ese mismo momento pasa al lado del auto la vieja malvada.
-¡Señora Bouvrier! Cómo le va señora, no se ha ido de vacaciones ¡¿Gritando yo?! No se preocupe, no es nada, usted sabe con chicos en el auto...¿¡ mal educados!?, sí, un poco me temo, tiene razón, uno hace lo que puede. Cuidado con su perrito que lo piso, estoy retrocediendo.
He dicho vacío. Obviamente no lo suficiente.
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