martes, 23 de mayo de 2006

Repartiendo

Lo último que hicimos juntos fue repartirnos algunos lugares de la ciudad. De la plaza, quedaron para vos todos los bancos de la Avellaneda y la Libertad, los de la Veinticuatro y la Independencia serían míos y el resto, zona liberada, como dicen ahora, impropia e impunemente, porque no es zona cualquier lugar. Hubo algunos roces en la negociación por el mercado Armonía y el parque. Vos querías todo el mercado y la parte del parque donde estaba Chetosbar. Me pareció excesivo por lo que también me tuviste que dar la placita de las Chismosas, en la que a veces nos sentábamos a conversar, antes de encarar una compra en el centro o, muchas veces, a hablar nomás, sin un para qué. Las heladerías también fueron un drama. Quedaron las de la Avellaneda para allá, para vos y las de la Avellaneda para aquí para mí, el resto decidimos que fueran tierra de nadie. La tristeza de los domingos a la tarde, cuando va terminando el fin de semana, me la apropié íntegra yo y te regalé la amargura de los lunes a la mañana, caminando rumbo al trabajo. No nos repartimos los suspiros ni las palabras de amor, porque supusimos -con mucha razón- que los usaríamos en otras felices oportunidades, lo mismo que algunos mimos y caricias que sabíamos que serían repetidos. Para ir a La Banda, vos tendrías que moverte por el carretero, yo por el puente nuevo, no era cuestión de andar cruzándonos por el camino. Hubo un chiste que no te gustó: te dije qué bueno que hubiéramos sido una pareja y no un trío porque no hay tres puentes para pasar el río. No te reíste. No alcanzamos a decidir para quién serían los buenos recuerdos y para quién los malos, ya habías comenzado de nuevo con aquellas peleas que terminaron con ese amor, que en un tiempo había sido definitivo. Agarré mi mochila y me fui. Con lo que me tocaba tenía suficiente

Juan Manuel Aragón.

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