Subo al ómnibus y lo veo, al bonito profesor de fotografía. Hacía un par de años que no lo había visto. El ómnibus está lleno, hace frío afuera y los tapados, gorros, los bolsos amontonan a la gente y despegan un olor a humedad por todo el bus. Me arrimo chocando con hombros, brazos, espaldas, perdón, disculpas, la gente se mueve sin mirarme. Soy invisible y ellos también, de todos modos, para mí solo está él leyendo un diario, frente a la ventanilla en el fondo del ómnibus, parado una mano sobre la barra, entre tantos.
-Hola
-¿Hola?
-Soy Inés
-Ah, hola
-No me reconoces...
-La verdad es que no.
-Ah, que bochorno, fui alumna tuya hace dos años en el curso de fotografía
-Oh, perdona, no te reconocí, ¿cómo es tu nombre?
-Inés. No pasa nada, disculpa haberte molestado.
-Espera, ¿la clase de fotografía?
-Sí
-Es que…
-Ya, no importa
-Esperraaaa...
Bajo del bus apurada. Estoy tan colorada que me quema la cara. Por una vez que me animo a saludarlo. Tanto lo he mirado durante las clases, estoy segura de que era él, sí, segura. O, ¿no era?
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