lunes, 1 de mayo de 2006

La felicidad

Yo he visto la felicidad. Usted dirá que alguna vez fue feliz, que vio a alguna gente feliz, puede ser, no lo niego. Pero como yo la he visto, difícil. Habrá sido octubre, noviembre, un poco más quizás. Miguel había vuelto de la cosecha en Tucumán. Entre los hermanos habían hecho una vaquita y después de mucho buscar, compraron un carro. Era un carro cañero, no sé si conoce y si no conoce se lo ha perdido para siempre, porque ya casi no hay. Una tarde pillaron las mulas y fueron a traerlo. Miguel llegó en una mula azuleja y los demás venían arriba, con una sonrisa pintada en los labios. Los viera. Pero eso no es nada. El padre de los changos había estado en el cerco, haciendo no sé qué, cuando le avisaron. Y se vino. Entonces ví como se le derramaba una lágrima de felicidad por entre los pliegues de la cara. -¡Un carro!- decía -¡mis changos ya tienen un carro!- y lloraba. Y le acariciaba la cabeza a Miguel y los tocaba a los demás. Después contaba que esa tarde lloró porque en ese momento se dio cuenta de que los hijos ya estaban grandes y había terminado de criarlos y eran fuertes y estaban todos y le habían salido fuertes y trabajadores. Que no era por el carro, que al final era un poco de madera con fierros, dos ruedas y dos varas, sino porque sabía que, desde ese instante, sus hijos se valían por sí mismos. Después nunca he sentido una felicidad así. Nunca he visto a nadie tan feliz como el padre de Miguel y de los otros changos, esa tarde de fines del 69. No sabíamos que menos de una década después los carros ya no rodarían más por los cañaverales tucumanos ni por las polvorientas sendas santiagueñas acarreando madera. Ni importaba.Y nunca más supe de un hombre que lagrimeara con tanta felicidad. (Cada vez que traquetea un carro carbonero, en la ciudad, me quiero acordar de ese día.)
Juan Manuel Aragón

1 comentario:

  1. Resulta tan raro un escrito de Santiago del Estero, casi con tonada francesa. Me gustó, ¿quién es su autor?

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