
... Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y requiem -y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada... -sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas. Envuelto en sus improvisados lutos que olían a tintas de ayer, el adolescente miraba la ciudad, extrañamente parecida, a esta hora de reverberaciones y sombras largas, a un gigantesco lampadario barroco, cuyas cristalerías verdes, rojas, anaranjadas, coloreaban una confusa rocalla de balcones, arcadas, cimborrios, belvederes y galerías de persianas -siempre erizada de andamios, maderas aspadas, horcas y cucañas de albañilería, desde que la fiera de la construcción se había apoderado de sus habitaciones enriquecidos por la última guerra de Europa. Era una población eternamente entregada al aire que la penetraba, sedienta de brisas y terrales, abierta de postigos, de celosías, de batientes, de regazos, al primer aliento fresco que pasara. Sonaban entonces las arañas y girándulas, las lámparas de flecos, las cortinas de abalorios, las veletas alborotosas, pregonando el suceso. Quedaban en suspenso los abanicos de penca, de seda china, de papel pintado. Pero al cabo del fugaz alivio, volvían las gentes a su tarea de remover un aire inerte, nuevamente detenido entre las altísimas paredes de los aposentos. Aquí la luz se agrumaba en calores, desde el rápido amanecer que la introducía en los dormitorios más resguardados, calando cortinas y mosquiteros; y más ahora, en estación de lluvias, luego del chaparrón brutal de mediodía -verdadera descarga de agua, acompañada de truenos y centellas- que pronto vaciaba sus nubes dejando las calles anegadas y húmedas en el bochorno recobrado...
de El siglo de las luces
Alejo Carpentier
Seix Barral. Biblioteca Formentor
1962
"Por la manana, sin haberse recibido noticias de la muerte de Alberto, habia comenzado el habitual trajin de Baldovina, abriendo primero la puerta mayor, pasando la gamuza por la melena de la fiera que servia de aldabon, aquella manana muy humeda por el exceso de rocio azuloso. Rialta se levanto inquieta, era uno de los ultimos dias del mes y esperaba sobresaltada el silbato del cartero, anunciando como un mensajero homerico la llegada del cheque de la pension mensual. Era la unica entrada economica con la que contaba. Si en la lejania no se oia el silbato agudo, tendria de nuevo que acudir a Leticia, y aun no habia olvidado la conducta de su hermana el dia que recordo groseramente esa deuda delante de la criada. Al fin, sonando entre las nubes primero, llegando despues a estremecer al leon de la puerta de entrada, el sobre fue entregado y el mensajero volvio a perderse, con sus talones alados, por las lejanas murallas."
ResponderEliminarParadiso (capitulo 7). Jose Lezama Lima
"El mundo es redondo: Cuando un barco se aleja por el horizonte, lo último que se pierde de él son los mástiles, el humo, el punto más alto..."
ResponderEliminarDulce María Loynaz, (Jardín)