Como todo en
pastelería, el secreto es el tiempo. No hay que perderlo, hay que ser preciso y
rápido. Tenía huevos del campo, huevos frescos; tenía espinaca, pensé que sería
delicioso prepararme una quiche con ese vegetal que adoro. Empiezo con la base,
harina, agua, poquita; manteca de a poco; sal, una pizca; alguito de azúcar, a
penas una media cucharadita. Todo va bien, a penas he terminado de … ¿quién me
llama? qué raro, ¿será uno de los chicos? ¿habrá pasado algo?, ¿hola?, Anna, no,
bueno sí, estaba haciendo una quiche, sí deliciosas, con espinaca, ajá, sí te
llamo luego, estoy en el medio de… claro, claro, querida, ya dentro de poco te
llamo. Estoy haciendo una bola con la masa, cuando. ¿La puerta? Esto no puede
ser. Voy y vuelvo, ya no sé ni que tengo que hacer. Corto las espinacas, bato
los huevos, la cebolla, me olvidaba, algo de ajo, los huevos, ¿les he puesto
sal? ¡Manda huevos! El celular que manda un texto, estoy completamente distraída,
ya no sé ni que hago. ¿Cuánto hace que está la masa en la heladera? Bueno, pase
lo que pase, termino mi quiche. La pucha: en una gran sartén pongo un poquito
de manteca y pongo las cebollas, encima le pongo a saltear las espinacas cuando aparece
de detrás de mí, Charlie. ¡Hola! ¿qué haces? Pego un salto con un grito de sorpresa.
Me doy vuelta, se queman mis cebollas que han saltado de la sartén; mientras amaso la masa con harina, la
corto, volteo los huevos sobre la masa. No estoy concentrada. En el horno, me doy cuenta de
que me olvidé de añadir el queso, tenía un rico Parmesano cortado. Saco la
quiche del horno para incorporarle el queso. Qué desastre, una quiche tan fácil
y rica, qué me pasó, a mí a quién nadie llama, nadie viene a ver. No sé, pienso
con amargura que he sido víctima de una conspiración, eso fue. La pastelería es cuestión de timing, tiempo eficiente no interrumpido.
Y así, mientras
sentada, me como la quiche que está liquida en el medio, aguada de gusto, un poco quemada
en los costados, con una masa dura y quebradiza a la vez, un desastre, entra mi
hijo y me pregunta, ¿qué le pasó a tu tarta?, parece que te enojaste con la gallina
y ¿se te amargó la cocina?
Un estudiante está mirando un video en la computadora. Un señor pelo canoso, gestos exagerados habla sobre el arte moderno de Quebec en los años 50. El estudiante toma notas, parece estar concentrado.
Entra su compañero de piso.
-Hola, Jorge, ¿qué tal?
-Hola Miguel. Aquí en clase con el profesor Gagnon, me encanta el tipo, sabe un montón.
-Qué suerte. Tengo clase esta tarde recién.
- El profe Gagnon me gusta, pero no me contesta. Ya van dos mensajes que le mando.
-¿Lo has llamado?
-¿Qué te parece? y ahora me pregunto ¿cuál es el rol
del profesor de universidad si no el de comunicar con el alumno cuando este tiene una pregunta. Malditas clases a distancia.
-Te digo que lo llames.
- He dejado tres mensajes. Cuando lo llamo
no contesta. Le quiero hacer algunas preguntas sobre su segundo video.
-Tendrá mucho
trabajo, mandale un mail. Mirá como habla, parece que le gusta, ¿eh?
-Sí, no hay nadie que sepa más que él sobre Borduas, nadie. Es una bestia, el tipo.
-Qué vas a hacer?
-Voy a buscar su número en casa, quizás como estamos todos confinados...
-¿Has
intentado hablar con el profesor ayudante?
-Podría, solo
que quiero hablar con el profesor Gagnon.
- A ver, te lo busco en dos segundos en el Net.
-Dale, se llama François-Marc Gagnon.
-Aqui encontré a
un tipo, pero no es él… un profesor también, pero este murió en marzo del 2019.
Todos los profesores se llaman Gagnon en esta provincia.
-¿Profesor de
qué?
-La verdad es que es raro, profesor de
historia del arte en Concordia
-Joder, Miguel, ¿será
él? ¡Es él! No lo puedo creer.
Los dos estudiantes se callan y miran al profesor que sigue hablando en el video.
-¿Estás seguro? No
puede ser. Debe haber un error.
-Qué error ni
que mierda. ¡Yo estoy siguiendo las clases de un tipo que ha muerto! Siento nausea,
la verdad. Esperá, me fijo en el curso.
-Qué desgraciados,
ponerte los videos de un profesor que ya ha muerto. Es que no me lo puedo creer.
-No encuentro
nada que diga que el profesor no viva. No me han avisado. Me parece muy deshonesto
la verdad.
-Estoy de
acuerdo. Ponen las clases y no tienen que pagar a nadie. Vos nomás con tus
clases como si fuera youtube.
-Vos pensando en
el dinero, que asco. Hasta hace un rato lo miraba como a una persona viva. Lo escuchaba como si
estuviera vivo, vivo. Teníamos una interacción en mi
mente. Ahora sé que no podré hacerle ninguna pregunta. Me da mucha impresión.
-Mañana,
llamalos para preguntar.
-Mañana los
llamo para saber cuando me iban a avisar que el profesor había muerto.
Después de la clase
que doy desde mi casa, durante la cual vino mi padre en un dos por tres para
entregarme dos croissants italianos enormes rellenos de crema pastelera
deliciosa y saludarme pegando un grito desde lejos nomás, mis alumnos se presentaron
delante la puerta con barbijo y gorro, tapados, bufandas y botas, irreconocibles
con los anteojos empañados, para saludarme y ofrecerme flores. Fue una hermosa
sorpresa. A buena distancia los unos de los otros, con un letrero simpático saludándome,
los invité, pero no quisieron entrar. Covid oblige. La Covid-19 impide a
los amigos de verse o de acercarse, o sea que abrazarse ni pensar. No se
quedaron más de una media hora, parados, pobres, delante la puerta, sobre las
escaleras, sobre la vereda. A pesar del lindo sol, hoy hizo un frío árctico. Una
visita que más que un detalle fue un verdadero regalo de la parte de hermosos
seres humanos que me emocionó ya que son los primeros alumnos que tuve en mi
vida que no habré conocido en persona. Trabajamos juntos 20 horas a la semana a
través de la pantalla, ellos también querían conocerme de verdad. Fue un día
que empezó con las salutaciones mañaneras de los amigos europeos, las primas
argentinas llegaron hacia las seis de la mañana, con besos y tortas virtuales,
divinas y atentas me hicieron sonreír por WhatsApp. Durante el día, por los
medios sociales, familia, amigos, tangueros, compañeros de trabajo, gente
querida me saludaron con amistad. He sentido mucho afecto. Debe ser la pandemia
que nos ha vuelto más conscientes de los demás, más cuidadosos con los cariños.
Otro cumpleaños, mismo trabajo, mismos amigos, sin embargo, este año he
recibido muchos más mensajes cariñosos, saludos, fotos, cartas, bromas,
llamadas. He sido agasajada por la gente cerca y lejos de mí. Antes de terminar mi día de trabajo me he
comido cuatro empanadas absolutamente deliciosas que tenía guardadas para la ocasión.
Por el toque de queda, mis hijos vendrán mañana, todo en todo un cumpleaños
hermoso.
menos cierto, confuso, disolviéndome en aire cotidiano, burdo jirón de mí, deshilachado y roto por los puños.
Yo comprendo: he vivido un año más, y eso es muy duro. ¡Mover el corazón todos los días casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho.
Ángel González
Yo lo noto, cómo me voy volviedo menos cierta, confusa, olvidadiza, pesando más en el aire cotidiano, mi cuerpo anteriormente ágil, se hace lento, torpe, pesado dije. Como atraído por la tierra, todo para abajo cuando al contario quisiera saltar. Ya no puedo. Yo lo noto, me voy volviendo menos interesada en nada, aceptando las distancias, las despedidas, las pérdidas también. Tomando consciencia de los muchos errores y algunos aciertos también, tan pocos, pobres que apenas me sale una sonrisa de costado. Mirándome al espejo, notando no tanto jirones deshilachados sino relieves nuevos. El tiempo sinvergüenza sabe que tiene la culpa. Pero eso sí es lo de menos. El corazón lo tengo que late, déjalo latir, miente mi soñar, déjame mentir, late un corazón, porque he de verte nuevamente, miente mi soñar, porque regresas lentamente. Yo comprendo: he vivido un años más, y es muy duro. Mover el corazón, casi cien veces por minuto, todos los días, y para vivir es necesatio morirse muchas veces mucho, y eso sí que lo hice, muchas veces mucho.
« En écrivant sur les autres on passe ou peut passer
du côté de la vraie torture, parce que celui qui écrit a les pleins pouvoirs et
celui sur lequel il écrit est à sa merci. »
Emmanuel Carrère me parece fascinante. Sale en busca de alguien, de algo, luego viajando por
países donde el alma es inquieta, vuelve con un libro espectacular mitad
ficción mitad no ficción. Necesita del viaje para lograr contar lo que pasó, necesita
del viaje para perderse en la búsqueda y encontrarse en el libro, cultiva en
sus obras una inquietante extrañeza. Me fascina su maestría del idioma, su don
para relatar sobre el otro que imagina con inteligencia, siempre aprecia las zonas grises,
turbias de la historia y del alma. Estoy leyendo Limonov y mientras nos lo
entrega, se da él. Fascinant, dije, absolument fascinant.
«Je peux répéter sur tous les tons que Limonov, par exemple, existe, cela n’empêche pas que le Limonov de mon livre soit en partie le Limonov réel et en partie une créature de mon imagination. Moi-même, je ne sais pas trop où s’arrête l’un et où commence l’autre. Je suis bien obligé d’admettre qu’il n’y a pas de frontière nette entre l’un et l’autre. Cette ambiguïté-là est propre à la littérature. Elle n’existe pas au cinéma. Les critiques peuvent toujours vous dire que c’est compliqué, que les frontières entre documentaire et fiction sont de plus en plus floues, cela n’empêche pas qu’il y en a une, de frontière, et qu’elle est en réalité très nette. Un film de fiction, c’est un film dans lequel les personnages sont joués par des acteurs. Un documentaire, c’est un film où on voit les vrais personnages. À mon avis, c’est aussi simple que ça, et je vous mets au défi de me citer des films qui échappent à cette classification binaire.»
Si yo no lo
conocía bien a Ferron, mi padre en cambio sí. Ya le voy preguntar. Lo que
sé, por conocerlo un poquito es que Jacques Ferron tenía una cultura
impresionante, en sus libros se la descubre al mismo tiempo que revela la
cultura de la oralidad de aquí, los mitos fundadores de su gente, las leyendas,
intenta volver a las raíces del Quebec. Usa de la mitología como un guiño
incorporándola a sus cuentos; no es fácil leer sus libros, son densos y hay que
ir paso a paso; su literatura es desconcertante, culmina en una imaginación
impagable, pintoresca, sardónica, fantasmagórica, chispeante de inteligencia y
emoción. El lector se sumerge en sus mundos predilectos que impregnan la obra: la
península de Gaspé, los suburbios de Montreal, la medicina, la locura, el
infierno; era un médico que había trabajado muchos años en uno de los barrios
más pobres de los suburbios de Montreal. Y en la época, se quedaba en su
consultorio, situado en un sótano algo sórdido, para escribir. Un médico que
trabajó en un hospital siquiátrico absolutamente fascinado por la locura.
Cuando conversaba, tenía una voz baja, un murmullo apenas, lenta, había que
acercarse para oírlo bien y ahí se podía sentir su ternura, su ironía, su
compromiso político y su gran conocimiento de la historia de su región, de su
pueblo. Era un nacionalista socialista y pacífico, convencido de la necesidad
de separar la provincia del resto de la confederación canadiense porque tenía miedo
a que el Quebec se transforme en una Escocia resentida. Pero su militancia fue
ambigua, irónica. Fundó el partido Rinoceronte que fue una sátira de la
política convencional. Cuando pudo, usó de su notoriedad para
intervenir en cuestiones sociales: la crisis de octubre de 1970. Mâs adelante, algo pasó en
su historia… y es ahí que interviene mi padre.
Ayer mi padre
me contó que el padre de Ferron se había suicidado como un principio de explicación a su propia muerte. Me contó que había sido un
notable metido en asuntos no del todo limpios. Quiso decir algo más a ese respecto,
pero se calló y se fue. Al final de su vida, Ferron usaba demasiadas píldoras
para funcionar, para estar despierto, para dormir. Una depresión que lo dejaba
sin inspiración, sin poder escribir. Él, que a partir de los años 40 hasta el
final de los 70, había escrito cientos de cuentos, cuarenta obras editadas, un
montón de piezas de teatro. La historia de la amistad entre mi padre y su
colega le causa dolor a mi padre. Lo vi en sus ojos. Y si anda
sensible es que empezó a escribir a su vez. Escribe sobre su vida y sus
recuerdos. Lo hace bien, escribe lindo y ameno. No sabe, me dice, hasta donde
llegará, va lento y seguro.
Jacques Ferron se suicidó. No lo sabía. Fue un shock enterarme por mi padre que, de
paso por mi casa para dejarme un paquete, me agradeció el video que le había
mandado. Un video de un pintor famoso de aquí, Marc Seguin, que no solo ilustró
un cuento de Ferron sino lo leyó enterito y parado delante de una cámara, convocado
por la biblioteca nacional de Quebec la cual quiso rendir un homenaje al
escritor que el 20 de enero hubiera cumplido 100 años. El video dura más o
menos 10 minutos. Es sobrio y el pintor lee el cuento lentamente. Lo que está
bien. Se lo mandé a mi padre porque Jacques Ferron era su amigo además de haber
sido, en los últimos años, su paciente. Pensé que le gustaría oír la prosa de
ese escritor complejo. El cuento es simpático. La reacción de mi padre me
sorprendió.
Mi padre anda
sensible. Ya lo explicaré.
Me contó que se
mató tomando píldoras; me dijo, entre dos puertas, rapidito, que lo había
anunciado en un libro que le dedicó.
Gracias, hija
por el video
¿te gustó?
Sabes que me dedicó
un libro, ¿no?
Sí, papá, por
supuesto.
Ahí anuncia que
se matará.
La voz de mi
padre estaba conmocionada y algo, en el fondo, resentida.
Yo siempre pensé
que se había muerto de viejo, siempre me pareció viejo. Las últimas veces que
lo vi, estaba tan alejado del mundo, de los seres humanos, que daba la
impresión de una desconexión completa con su entorno. Por otra parte, era un hombre que siempre me
miró a los ojos al hablarme. Lo conocí cuando era muy chica. Apenas cinco años
tendría, esa es la edad a partir de la cual me acuerdo de las cosas, si habrá
sido antes no lo recuerdo. Íbamos a su casa lejos de Montreal a pasar largas tardes
de verano. Me acuerdo estar absolutamente aterrorizada por los gansos que se
acercaban cuando llegábamos a su casa que quedaba arriba de una colina en el
campo. Me acuerdo de que su mujer, la segunda creo, Madeleine, era muy dulce
con nosotros y obligaba a sus hijos, pobres, a ocuparse de Paulina y yo. Lo que hicieron siempre brillantemente.
Me fijo en la
enciclopedia hoy y veo que murió a los 64. Me impresionó saberlo. Casi mi edad. Lo vi por última vez en
1983-1984, un año antes de su muerte. Estábamos en torno de la mesa de comedor
de mi padre. Lo veo como si hubiera ocurrido ayer, me pregunta: Inés, ¿qué
quieres hacer en la vida? En ese entonces, sin sentir vergüenza, le dije que
quería escribir. Vi sus ojos entristecerse. Luego de un suspiro, añadió que al
escribir me fijara en escribir frases, párrafos, diálogos que siempre puedan
tener dos interpretaciones. Ahí estaba la clave.
Yo le tengo un inmenso
cariño a Jacques Ferron y a su familia. Yo era una niña y era un amigo de mi padre, poco o nada sabía del escritor, el polemista, el médico, el político que fue y que dejó
su marca en esta provincia. Ese hombre complicado, humano, comprometido,
fascinado por su pueblo, su gente, su historia, que escribió tantos cuentos
importantes en su escritorio de médico donde recibía a sus pacientes cobrándoles
casi nada porque no tenían dinero, fascinado por la locura… me queda ese consejo
que no usé de forma adecuada hasta ahora sino que siempre recuerdo.
El amor fue
tan poderoso que sentía que estabas metido en todas mis células, recorrías mi
cuerpo entero por la sangre. Con cada respiración, eras aire fresco y vital para
mis pulmones; no sabes cuánto te amé. En mi cabeza, seguías los impulsos de las
conexiones entre cada región de mi cerebro en un mapa cerebral creado por mi
cariño, ahí estabas presente como una onda intensa viajando de un área a otra. La
vista, el olfato, el tacto, el gusto, eras mi sentido del equilibrio. Vivías en
mí, pero también fuera de mí derritiendo mi piel con solo mirarme, creando con
tu voz una unión tan fuerte entre mi mente y mi corazón que la espina dorsal se
me estremecía. Entonces, cuando te fuiste, no, cuando te perdí, tampoco, cuando
nos dejamos, lejos de mis ojos, sin tu boca sobre la mía, sin poder pegar mi
nariz a tu cuello y respirarte, sin oír las inflexiones de tu voz en el rincón
del oído, sin poder tocarte de la punta de mis dedos, la sensación fue la de un
cuchillo clavado en todo mi ser. Un dolor tan fuerte que hasta varios años después
de tu partida te sentía aún perfectamente como si estuvieras a mi lado. Con el
tiempo, el dolor del corte fue transformándose en quemadura y más adelante en
punzadas más o menos difusas en el pecho. Sin embargo, sigo sintiéndote a mi
lado, como un amputado siente la sábana sobre una pierna que ya no existe. A veces creo verte aparecer en una esquina u
oír los tonos graves de tu voz: tu presencia es un dolor fantasma.
Ante todo,decir que me gusta su voz, tiene un tono que me remueve el alma, su voz tiene
esa energía que me hace pensar que es un alma hermana. Es gracioso, no puedo
escribir sobre Mani sin llorar, así como he llorado al ver sus obras. Es un
fenómeno extraño. Me toca, es inexplicable cuánto me llega a un nivel emocional
más que cerebral. Me emociona él, me emocionan sus frases, como las dice, me
emociona su teatro, incluso como se mueve, hasta un punto que yo misma no me
explico. Luego me gusta su inteligencia.
Mani Soleymanlou es un dramaturgo, un actor, un joven (ya no tanto supongo) que está
en mil proyectos, tiene mil ideas y en el 2011 presentó una pieza de teatro que
llamó Uno. Uno, como la primera… Desde esa fecha escribió nueve piezas de
teatro, la última lleva el número cero. No sé cuándo vi la primera obra, sé que
estaba sola en un teatro chico, en el centro sur de Montreal, un lugar donde no
solía ir a menudo. La turbación fue tan
fuerte que tuve que quedarme sentada varios minutos al terminar la pieza antes
de poder poner cara humana, estaba completamente sobrepasada por la emoción.
Algunas frases de su monólogo me persiguieron mucho tiempo, frases contundentes,
cortas, que transmitían en pocas palabras un mundo, un condensado de una
realidad, un estado de ánimo que resonó muy fuerte conmigo. En el teatro me
hablaba a mí, de mí.
Me acuerdo
haber pensado esa vez que no es tanto lo que se oye sino lo que no se oye que
importa en el teatro y le da esa dimensión de universalidad. Porque, aunque
pensé que solo yo podría comprender su texto, su historia, me di cuenta de que
la obra resonaba con mucha gente, gente que no había vivido cosas similares.
Un niño
nacido en Teherán crece en París, lo transportan luego a Toronto para acabar en
Montreal varios años después. Habla de su historia y de como la vivió. Habla de
su idioma, habla de sus idiomas, esos que se fueron colocando sobre la lengua
materna, de sus culturas mixtas, cada vez más entrelazadas en su cabeza y corazón
con el paso del tiempo y las experiencias vividas en sus diferentes países, habla
de fantasía y de realidad, sus recuerdos de una infancia feliz que quedan como
momentos fotográficos en la casa de su abuela o de los veranos pasados en Irán.
Habla también de cómo lo miran desde aquí, pero también desde allá. Habla
preguntándose quién es exactamente. Por su origen le recuerdan constantemente
que viene de otra parte cuando ya no es de otra parte, sin ser exactamente de
aquí.
Por la
pandemia, los teatros están cerrados y toda la cultura está en pausa. Mani Soleymanlou presentó hace muy poco, por Internet, una nueva versión de
Uno. La vi por segunda vez y si la
emoción estaba más controlada, me acordé de por qué me había gustado tanto la primera
vez. Y volví a llorar. Las preguntas que se hacía me las he hecho yo. Algunas
no están resueltas todavía, pero algunas seguirán metamorfoseándose y habrá que
seguir pensando. Él sigue creando.
No puedes
declarar que ganaste cuando no es verdad.
El que
miente sos vos, yo gané. Gané y siempre gané.
Me parece
que te equivocas. No basta con declarar. Hay que demostrar que ganaste.
Hay mucha
gente que me oyó gritar y que piensa como yo que gané. O sea que gané.
No ganaste.
Pero la verdad es que de una cierta manera no perdiste del todo, por gritón.
Ves, te lo
dije que gané. Y mucho más de lo que piensas.
Vaya
nivel de conversación.
¿Así
todo el tiempo?
Sip,
de ambos lados.
Escena en
un hospital del este de Montreal, un médico habla con la familia de un paciente
en un estado grave. (Historia verdadera y presenciada, qué tristeza)
Lamentamos
mucho informarle que su padre está gravemente enfermo de la Covid, está muriéndose.
La Covid es
una invención del gobierno, usted es un mentiroso.
Lo siento
mucho que piense eso. De qué manera le mentiría. Su padre tiene Covid, usted también dio positivo. Su padre está muy enfermo y esos son los hechos. Es posible que su padre
muera esta noche. Quería comunicárselo.
El gobierno
le dio la Covid a mi padre.
¿El
gobierno?
Sí, el gobierno.
El médico
suspira y dice, mientras se lo pille al gobierno, me haría el favor de lavarse
la manos antes de pasar a esta sala por favor.
Me acordaba,
caminando, volviendo del almacén que queda lejitos de casa pero que tiene
pan delicioso, un sueño que había hecho justito antes de despertar esa mañana,
donde me leían el tarot. Salía el Loco y yo decía cinco. Ahí me desperté sin
entender el significado de ese grito. El Loco, ¿será una carta positiva? Y
mientras pensaba, me costaba andar sobre la nieve. Tuve que darle un empujón a las piernas para avanzar, los pies se deslizaban sin retenerse bien en el piso, ya
casi rebuznando, le metía fuerza al caminar; ese esfuerzo en las piernas me distrajo un
momento del sueño y me llevó a preguntarme a qué me hacía pensar ese caminar
penoso: cualquiera pensaría que me muevo sobre arena. Eso es, me exclamé,
caminar sobre arena, como esa última vez en la playa… ¿cuándo era? Pero claro, ¡hace
cinco años! El cinco. ¿Por qué habré
gritado cinco? No tiene nada de
especial el número cinco, perece un señor panzón con gorra. Habrá en numerología algún significado secreto
que no conozco. Cinco, si salió ese número en mi sueño vendrá algo bueno,
seguro. No he terminado mi recorrido hacia mi casa, con el pan en la mano, la
nieve en los pies, maldito invierno de mil demonios, que alzo la vista y veo
cinco autos estacionados en la esquina de mi calle. Cinco. Número primo. La
mitad de diez. Ya, ya, la cuarta parte de veinte. Ajá, sí. Cinco, pienso en
todas las cosas que podrían venir de a cinco, pero no se me ocurre nada, ¿qué
querrá decir? El seis son los huevos,
tres tiene más historia, todo viene de a tres, el triángulo, los trípticos, las
ventanas de mi casa; dos, un número simpático porque dos veces uno. Me parece
casi perfecto el dos. Cuatro, regular, cuadrado. Pero cinco. Joder.
En ese momento sobre el semáforo peatonal está indicado que me quedan cinco
segundos para cruzar antes de la luz roja.
Mamá te
llamaron del banco, tenés que volver a llamar.
Hola, me
acaban de llamar, me han dejado un recado, de qué se trata por favor.
Hola, buenas,
señora, para indicarle que usaron su tarjeta de crédito de forma fraudulenta y
que el ladrón la usó para pagar un hotel en República Dominicana, 5000$
Antes,
cuando se podía, en ese otro mundo que era nuestro, cuando me preguntaban de mi
fin de semana en el trabajo, solía responder que el domingo había estado en
Florida. Era broma, por supuesto, pero cuando recuerdo las milongas de Mon
Tango, me viene a la memoria, sol, calor, humedad, risas y buen humor.
Tiene muchas ventajas esa milonga, primero me tomaba apenas unos minutos cruzar
un parque y llegar al local que vio mis primeros intentos tangueros, la tenía
cerquísima; segundo, en invierno, entraba tanto sol y tantos buenos bailarines
que la temperatura subía hasta parecerse tropical. Estábamos las mujeres sin
medias, sin mangas, con vestidos a escote y seguíamos con calor. Los vidrios
empañados con nuestro esfuerzo. Era como tomarse un baño exótico en este país imposiblemente
frio. Los últimos años, tres o cuatro, iba, sin excepción, los domingos de
tardecita a la clase antes de la milonga y me quedaba bailando hasta las cuatro
o cinco de la tarde, terminando el día de reposo cenando en lo de mi padre. Qué
buenos domingos. Cerca del bar, los argentinos, ¿por qué será que en todas las
milongas?… Hugo, Rubén, Eduardo, buenos bailarines, con estilo, que iban a
chamuyar y claro después de tantos años de participar, buenos amigos, linda
gente. Por mucho tiempo, fue la única milonga donde iba, mi casa, mi sitio. Le
tengo mucho cariño.
Después de
cenar el sábado, me tocaba elegir un vestido adecuado, limpiar y preparar los
zapatos, hacerme el pelo o la cara, o los dos, la noche sería larga. El sábado
iba al Tango Social Club. Uh, qué buena milonga, milonga en serio, con
bailarines en serio, con música en serio, donde bailé tandas memorables con
gente que desconocía, milongueros de otros sitios, milongueros que no veía en
ninguna otra parte y también donde veía a los amigos. Ahí me tocó bailar con
Pablo Verón, que se debe haber confundido invitándome, tomándome por otra
persona. El estrés que sentí fue tal que no recuerdo la sensación, solo el
sofoco. En esa milonga se organizan festivales y demás tonterías donde no voy,
pero es una de las milongas donde había más misterio. Iban muchos jóvenes. Empezaba
a las diez, pero nadie se presentaba tan temprano. Buenísimos bailarines. Alto
nivel. Buenas noches de mucho, mucho bailar. ¡Ah!, suspiro.
El jueves
por un par de horas me iba chez Coco. Milonguita casi siempre vacía o al
contrario repleta, nada en el medio, donde se podía bailar o no. El Dj era de
lo más simpático, la organizadora divina: a veces me divertía, a veces regresaba
a casa enfurruñada. Siempre algo bailaba sin embargo y si el ambiente no era
como el de las otras milongas, bien contentos estábamos los milongueros de
tener la posibilidad de salir el jueves. Las clases pre-milongas eran siempre
buenísimas, con profes invitados, donde siempre se aprendía algo nuevo e
interesante. Lo hermoso de Coco era el teatro donde se realizaba, un teatro de
los años treinta con un decor art deco absolutamente hermoso.
Tres veces
al año, los tangueros de Montreal estaban invitados a bailar en el teatro St-James
en el viejo Montreal. Esplendido. También, para los fanáticos estaba el
festival internacional de tango de Montreal, el Bailongo y todos los eventos al
aire libre en las plazas y parques de la ciudad en el verano. Tantos, tantos
que se me va la cabeza recordándolos.
Al final
cuando lo pienso en serio, mi amiga F. tenía razón, salía bastante. No me hace
falta, me gusta bailar y si iba tanto era para intentar bailar con lo mejorcito
que hay aquí, el mundo está claramente divido en dos, los que bailan bien y los
que no. Tanto deseaba yo ir a Buenos Aires para bailar y aprender. Cuando el
mundo vuelva a ser mundo, cuando se pueda salir,
entonces me pondré a pensar si me hacen falta las milongas o no.
- ¿O sea que no
te hace falta nada de antes de la pandemia?, me pregunta F.
-Hacerme falta,
no sé, por supuesto que quisiera que la vida vuelva a la normal. No he viajado
en el verano. No he viajado ni viajaré en un futuro próximo. Eso me hace falta,
pero tampoco es el fin del mundo.
-A mí me
desespera no poder ver a gente. Me siento mal.
-Vos tenés
chicos chicos y ya no los aguantás, no es lo mismo.
-No te creo del
todo, Inés, salías mucho antes de que se cierre todo.
- ¿Hablás de las
milongas? Sí, puede ser, las milongas… Algo exagero, sí salía, veía a mi padre,
a mis hijos, mucho más que ahora. Me iba al campo, iba a tomar un café en un
café con una amiga con cierta frecuencia. Sí, es cierto. Parece tan lejano todo
eso, la vida a varios. En regla general era, bueno soy, bastante tranquila, le
digo colgando el teléfono.
Pero la verdad
es que mi amiga tiene razón. Salía mucho. Iba a las milongas cuatro veces a la
semana y en verano más. Lo que pasa es que no me hacen falta. La mayoría
del tiempo iba sola. El amor del baile me hacía salir tarde y volver aún más
tarde; las milongas y los encuentros, no eran importantes, lo importante era bailar
y con quién se bailaba. Nada más.
Y eso es diferente de la milonga argentina
que realmente es una salida social, un tiempo para ver a amigos, conversar,
tomar un trago, ojearse a los nuevos, observar las parejitas, viejas o recién
formadas.
Las milongas son un microcosmo, un universo con sus personajes, sus códigos,
sus historias. Una persona entra y ya de inmediato sesenta ojos lanzan miradas como rayos x; zum, zum de arriba abajo, en un vistazo ya se analizó un
montón de cosas. Los zapatos dan una clave sobre el nivel, el atuendo y la
postura: la proveniencia sur o norte y hasta quizás, la nacionalidad, ¿viene
sola?, ¿conoce a gente?, todos los ojos, de costado por supuesto, siguen revisando
y obteniendo información vital. La inspección dura unos minutos apenas. Si la
nueva persona es una mujer, si es joven, habrá quien la invite, alguien se
sacrificará para saber si baila bien. Todos los hombres mirarán. Si la persona
es mayor, un viejo milonguero, puede ser también una mujer, deberá acercarse
para charlar, invitarla a la mesa, de otra manera es poco probable que se anime
un bailarín a sacarla si no la conoce o no la ha visto bailar. Si la nueva
persona es hombre, su actitud con respecto a los códigos de la milonga, donde
se posicionará a mirar, como entrará en la pista, tantos índices reveladores
además del cabeceo, claro y más prosaicamente su ropa, son los elementos que jugarán
un rol fundamental. Es tonto, pero es así.
Cada milonga es
diferente, obviamente, el ambiente, la música, aunque siempre aparezcan los mimos
bailarines. En Montreal, no somos más que 600-800 personas que bailamos, sin embargo,
cada milonga tiene su estilo. El martes, iba yo a la milonguita Cosy, debajo
del puente Jacques-Cartier donde me encontraba con la banda de los argentinos,
Gustavo, mi profe, Edgardo y sus amigos. Cosy era de tamaño interesante y tenía una
vidriera que se podía levantar en el verano. Santiago, el dueño, fue unos de
los primeros en Montreal en abrir una academia por los años 80, siempre abrió
milongas por diferentes barrios de la ciudad. Fue, en su época, un bailarín de
los buenos, ahora lo llamamos sencillamente Gordo. Santiago ya no enseña, pero
sigue queriendo desarrollar el tango aquí apoyando las iniciativas tangueras,
las orquestas locales y la difusión en general de esa cultura. A Cosy lo
administra él con la ayuda de su mujer, un amor de persona, una búlgara excelente
bailarina.
Iba yo a Cosy
porque el Dj era bueno, el piso era excelente y siempre bailaba bastante con
Gustavo que era un gusto. No es comparable bailar con un verdadero bailarín. En
Cosy llegabantardelos buenos desdichadamente y ya por ser martes no los veía o me tocaba verlos solo un poquito, un momentito antes de que volviera a
casa. Siempre me divertía con los muchachos que se quedaban al lado del bar. Me
presumían y me hacían sentir como una reina. Lo lindo de Cosy era que me
quedaba un ratito nomás, sin tiempo de llevarme un disgusto. Tres horitas de
baile y chaú. Lindo. (sigue)
Aqui en Cosy, Santiago barbudo detrás del bar, mi profe Gustavo de Balvanera y yo, celebrando el día de los muertos del 2018.
Las palabras
tardan en aprenderse, las estructuras del idioma se adquieren lentamente, el
vocabulario y la sintaxis deben encontrar su lugar en el cerebro de los
alumnos. Todos estos mecanismos son lentos. Cuanto más avanzo en mi profesión, más
me doy cuenta de que tengo que reducir el ritmo. Tengo una clase excepcional,
lo que les dé, lo hacen. Lo que les enseñe, lo comprenden. Lo que les pida, me
lo dan. Y si gozo, literalmente, de ser su profesor, me doy cuenta que piano
piano se va lontano. Son demasiado valiosos para que me equivoque y
estropee el frágil equilibrio de la cadencia necesaria.
Ah, ¡la lentitud!
Cuánto me ha costado en la vida elegir el bando de lo pausado. Poco a poco
estoy llegando a lograrlo, a integrar ese ritmo perezoso, sin suspirar
demasiado, sin agitarme de impaciencia. Por cierto, mi naturaleza es acelerada,
entusiasta, viva, energética. Me muevo, hablo, me como el mundo. Sin embargo,
si quiero enseñar o bailar correctamente, debo ir más despacio, cada vez más.
Sé que es de
buen gusto elogiar lo lento, lo disfrutado, lo observado, lo catado. Osías el
osito en mameluco fue el primero para mí que pidió tiempo no apurado, tiempo sin despertador.
También se sumaron los poetas, los novelistas, Milan Kundera decía que cuando
uno intenta olvidar algo penoso camina rápidamente, cuando quiere recordar algo
bonito afloja el paso, los filósofos de Confucio a Alain... Sé que caminar
con tiempo, dejarse impregnar de lo que nos rodea, dejar al tiempo el tiempo de
colocar las cosas en su sitio, seguir los entresijos de las cosas sin perder la
calma, dejar llegar la luz del invierno que se deja caer somnolientamente sobre
la ciudad, dejar que el corazón lata pausadamente irrigando correctamente todos
los circuitos de nuestro cuerpo es mejor que hacerlo saltando vallas.
Por supuesto, no
se puede estar contra la virtud, sin embargo, a veces siento que soy un caballo
que piafa, que echa por las narices un montón de aire ruidoso. Como contenerme,
como aprende a frenar. ¿Rindiéndome a los sueños?
Un
departamentito de apenas unos metros cuadrados, aunque bien localizado en el
centro de la ciudad, arrastra una carga que fue aumentando a
medida que la vida se fue desplegando. El piso de la calle San
Juan es chico pero pesado. La historia de estas cuatro paredes y de un cielorraso,
en un inmueble masomenito por mal hecho, es insólita.
Primera parte
Enero del 2003,
una reunión privada en el oeste de París. Una mujer encerrada con una vidente en
un cuarto pequeño, un escritorio, hablan. Es el cumpleaños de la mujer y esta
lectura es su regalo de cumpleaños. Momentos antes de entrar en el escritorio, la
mujer al conocer cuál sería el punto culminante de la fiesta se había quedado muda
de la sorpresa. El asombro fue tal que le costó jugar el juego. Como fue la
primera en pasar a hablar con la vidente, puso buena cara.
-O sea que me
debo relajar con respecto a mi hijo, ¿eso me dice?
-Sí, sí, señora
no veo nada malo para el niño. Al contrario, no se preocupe. Su ansiedad es lo
que tiene que controlar.
-Ah, mi ansiedad,
eso tiene razón.
-Sin embargo,
algo veo; su madre no vive cerca de Ud, ¿no? Veo algo relacionado con
propiedad.
- Mi madre no
tiene ninguna propiedad, no entiendo lo que me dice.
-Le digo que
algo va a ocurrir con una casa, un departamento. Veo papeles. Una propiedad
suya.
-Ajá, se lo
contaré. Gracias.
La mujer sale de
la pieza ya preparando por anticipado la conversación divertida que tendría con
su madre que vive en otro país, eso sí. “Ah que no sabías, madre querida que
vas a tener cuestiones de tramitación y papeleo con respecto a tus propiedades,
te lo digo yo”.
Segunda parte.
Junio del 2004, Marta
Inés, en Tucumán, en la casa de su hermana Silvia, conversa con su sobrino Alberto. Éste le presenta un boleto de compra que
tiene guardado debajo de su cama, Alberto guarda muchas cosas, quizás demás, debajo de su cama, pero en este caso fue un gesto bienvenido. –“Mirá, tía, esto muestra que has comprado un
departamento sobre la calle San Juan. Se terminó el inmueble."
Y ahí, Marta Inés, de repente, se acuerda haber hecho la compra de un piso en un edificio que se
iba a construir en el centro de Tucumán. Proyecto que fue interrumpido por la quiebra de
la sociedad constructora en los años 90. Se había olvidado.
Estupefacción
familiar y general. Un departamento existe y se piensa que con el boleto de la compra se puede iniciar la oficialización de la propiedad. Una sobrina le ofrece representarla en los trámites por
venir. La saga del depto. comienza.
Tercera parte.
A pesar de haber
iniciado los trámites de titularización de la propiedad, todavía no pasa por
los tribunales el caso y en Canadá, Marta Inés, con la ayuda de la familia, recibe
algo de dinero del alquiler del departamento. Con ese dinero cuenta viajar más
a menudo a la Argentina y escaparse del invierno. El caso judicial ronronea,
los abogados piden paciencia. 2006-2007-2008-2009… lo años pasan y no pasa nada
con los trámites. Nada de nada.
La vida se hace larga.
Cuarta parte
Mayo del 2015,
Marta Inés Aragón fallece de un paro cardio respiratorio en Tucumán y su hija mayor se
encarga de pedir un poder para ocuparse del departamento que sigue aún sin
propietario oficial. Además de un titulo de propiedad ahora se necesita un juicio
en sucesión. En los pocos días de estar en Argentina para los obsequios de su
madre, se encuentra con un escribano, un abogado y habla con la prima que tiene todavía el
poder. El departamentito sin dueño tiene un inquilino, un arquitecto que lo
cuida y lo arregla. Luego, desde lejos, la hija canadiense persigue al abogado por todos los medios que le dice
que el juicio en propiedad fue rechazado por la corte. Nadie se ocupa del pobre depto.
Quinta parte.
Agosto del 2018,
Tucumán, el inquilino cuidadoso está por irse del departamento después de tres años de
vivir en el pisito. Los hermanos y familiares que se ocupaban del piso se pelean y por
muchos meses no se hablarán. Nadie sabe quién tiene las llaves. El pisito
resiste al tiempo, abandonado, sin dueño, sin ocupantes, pero en pie.
Epilogo
Querría
acordarme hoy la conversación que tuve con la bruja esa tarde de enero del
2003, exactamente ¿qué fue lo que me dijo? Como no le presté atención, no sé si
terminaba bien la historia. La verdad es que nunca supe bien los detalles de la compra, ni
antes ni después de la muerte de mi madre, ni como fue, cuanto pagó por el departamento, cuando lo compró, no tengo ningún detalle. Hoy este piso representa un peso para
mí, no somos propietarios, no tenemos ningún documento que nos permita venderlo y como somos tres herederas, no lo puedo abandonar. Por cierto, el piso existe, sirvió, pero ahora seguimos empantanados con los documentos que nos
faltan, que no existen y que no nos quieren dar ¿Qué pasará con el pisito de la
calle San Juan y ahora, ¿qué? Se piensa que
el camino más sencillo sea, quizás, un juicio de prescripción adquisitiva probando
que tenemos posesión veinteñal no interrumpida. Veinte años casi, gente. Vamos a
ver si terminamos este asunto.
-Te llamo para
contarte algo que se me ocurrió esta mañana.
-Ajá.
-Lo que pasa es que,
en este momento preciso, se me olvidó.
- ¿Era con
respecto a la nieve?
-Oh, ¿has visto?
la nieve, preciosa, no, nada que ver. Pero hoy salí a caminar algo tarde y las
fotos salieron de color azul. Será porque no puse flash, ¿qué pensás?
-No tengo la
menor idea.
-Todos los
chicos de mi barrio haciendo muñecos de nieve. He visto como treinta muñecos en
el camino. Cayeron bastantes centímetros.
-Estamos a
mediados de enero.
-Claro, sí, pero
es la nevada más importante que hayamos tenido.
- ¿Tendría que
ver con algún libro o película que hayas visto?
-Podría ser,
podría ser. Ayer tarde, tarde, vi un documental sobre el trompetista Lee Morgan.
Un chico virtuoso a los 16 que empezó a tocar con Dizzy Gillespie, fenomenal el
pendejo hasta que empezó a drogarse con heroína y ahí empezó a irle mal. Lo
despidieron de su grupo los Jazz Messengers y casi se va a la mierda cuando surge
una mujer que lo toma bajo su ala y lo ayuda. Se terminan casando. Una mujer
mayor, del sur de los EE.UU., Helen se llamaba
-¿ A qué viene la historia de la mujer?
-La mujer
lo mató. Delante, no, dentro de un bar. Paf, un tiro y lo mata. El pobre tenía 33 años.
-Ah, eso sería
lo que me querías contar, que me quieres matar.
-Podría ser,
podría ser. La verdad es que Helen no se quedó en la cárcel mucho tiempo, o sea
que cuidadito se te portás mal conmigo… Ah hablando de muerte: se murió Juan
Carlos Copes.
- ¿El bailarín
de los espectáculos de tango cursis?
-Fue pionero del
tango de escenario, sí. Un bailarín importante. Hizo conocer el tango fuera de
la Argentina. En serio fue importante. Su compañera fue María Nieves, una leyenda,
una ídola total.
-Esos shows
fueron un espanto.
-Esos shows
dieron trabajo a muchos bailarines de tango en Argentina. En un momento que se
estaba muriendo el baile. Ahora se lo baila por todas partes. Se hizo conocer
fuera de las milongas de Buenos Aires donde solo bailaban unos cuantos viejos.
-Le das mucha
importancia al dicho bailarín.
-Fue importante,
te digo. Hoy me quedé escuchando música bonita todo el día mientras me ocupaba
de la casa. Anton Karas por ejemplo
-Estás bloqueada
en los años cuarenta. Bueno, Nena ¿Todavía no te acuerdas? Porque voy a volver
a mis cosas, cuando lo recuerdes, volveme a llamar,
-Seguro que en
el medio de la noche lo recuerdo, o en algún momento que no tiene nada que ver.
Era algo divertido, te lo aseguro.
Como estos días
solo existe una enfermedad en el planeta y que la gente no tiene derecho a
enfermarse, cuando Charlie se quejó de sentirse mal, el pecho oprimido, fiebre
y malestar general, no hubo otra que de pedirle que se haga un test. Si nos dan
un resultado positivo, los dos tendremos que quedarnos en casa confinados 10
días.
Hoy al salir, me
encontré con una colega que vive cerca de mi casa. Cuando le conté que Charlie
andaba mal, lo vi en sus ojos, el miedo, gente. El miedo. Imperceptiblemente,
su cuerpo se echó un poco hacia atrás, los hombros se pusieron tensos. Puso la mano
sobre el barbijo para ver si estaba bien puesto. En los ojos, se veía en sus ojos que ya no
estaba tan contenta de verme. Yo era el peligro, un peligro que ya no era solo
supuesto sino real. El virus andaba probablemente encima de mí, cabalgando por
mis vías respiratorias. Por mi boca, mi nariz, mis manos. Al verla tan molesta,
me alejé, ya estábamos a más de dos metros, pero me aparté muchos más. No
obstante, el miedo ya se había instalado entre nosotras dos: un miedo neurótico,
desproporcionado, él de la imaginación, el peor de todos. Un miedo de un
problema posible y no cuantificable.
Mirándola consideré
lo que trasmitía su energía: como todas las emociones humanas el miedo admite
graduación. ¿A qué nivel estaría mi camarada de trabajo? Riesgo, aprensión,
temor, peligro, terror, no claro, no había terror en sus ojos sino susto. El
timbre de su voz se hizo más alto, los ojos distraídos, los músculos tendidos,
una postura adaptada a la posibilidad de tener que salir corriendo, joder. Sin
embargo, dominó algo su temor y terminó de hablar como si fuéramos dos personas
civilizadas y no como seres en peligro en una selva en frente a un león.
Me despedí cordialmente
y me puse a pensar en el miedo que vivimos desde hace 8 o 9 meses. Un miedo
colectivo entretenido por los medios de información de masa, estamos en una
distopia. Un miedo como construcción social haciendo estallar pánico en la
población, una especie de dominación política soft y de control social
oportunista: los montrealeses se portan bastante bien (yo incluida) respetando
las directivas de la Salud pública, qué remedio.
El miedo existe
en la calle, en la tele, en los hospitales, en el cansancio de las enfermeras y
de los médicos, en los pasajeros del metro que se observan unos y otros con
recelo, en las colas que se forman por todas partes. Estamos constantemente advertidos que la
enfermedad puede contagiarse en cualquier lugar, en cualquier momento, todo es
verdad por supuesto. Pero ¿cuál es la dimensión de la amenaza, por favor? La
alarma se mantiene con el recuento diario del número de pacientes afectados, internados
o muertos en la provincia. Estamos en el Quebec a 40 muertos por día, una cifra
elevada y eficaz.
Aún más torcido,
el gobierno ha producido unos cuestionarios para entrar en ciertos lugares
donde se encuentran siempre las mismas preguntas (yo las tuve que hace a diario
a mis alumnos antes de empezar la clase) : ¿siente dolor de garganta, tiene fiebre,
se siente cansado? Termina la encuesta con ¿ha estado en contacto con una
persona que ha contraído la Covid? Y los
que preguntan no pueden dejar de usar un tono desaprobador. Como si haber contraído
la Covid era un pecado mortal, una infamia, un defecto de carácter y no una
enfermedad.
Yo soy de
pensar, eso funciona para mí, que dejo de tener miedo de aquello que se ha
aprendido a entender. Con mejor
información, lo tendríamos menos metido en el cuerpo.
Una frase leída
en la primera página del libro que me encontré hace unas semanas en mi
biblioteca, donación de nuestra amiga Anna, me dejó suponiendo de inmediato que
el argumento no sería convencional o que nada sería predecible. Desde el primer momento supe que me
embarcaba en una historia cuya lectura me desconcertaría. Lo que no sabía era
hasta qué punto.Tuve que leer el título dos veces antes de darme cuenta que no lo entendería y la primera página varias veces. Pensé, como puede ser
que después de tantos años de leer en inglés, me deje tan perpleja una página, que
no entienda un principio. Intuí que el libro sería interesante, intuí también que no sería fácil. Sentí el genio, juro, lo sentí desde el
primer momento.
“One beginning and
one ending for a book was a thing I did not agree with.”
A Swim-Two-Birds es una novela rica densa poética. La leí de a
pedazos, protestando, releyendo, riendo a veces a pesar de que sintiera que
perdía mucho de la ironía por no saber más de la cultura y de lengua irlandesa,
maravillándome otras, y enojándome muchas más ya que su estilo me resultó
arduo, mezclado con expresiones gaélicas, estructuras extrañas para una lengua
inglesa donde se siente la influencia del irlandés, del tono irlandés, de la
sintaxis irlandesa. El idioma fue el primer shock, el lenguaje de la novela siempre hace que el otro idioma de O'Brien parezca
transparente. Para el autor, la lengua irlandesa es como un material que se puede
trabajar de la misma manera que se aplicaría una capa de pintura antes de la
capa final o como se consideraría la construcción de una subestructura de un
edificio. Y eso me pareció de los más interesante viviendo en un lugar cuyo
francés anda también alimentado por el inglés. El pasaje del libro sobre los
pájaros me pareció hermoso y representativo de esta alianza.
Y hablando de estructura,
Flann O’Brien nos da cuatro libros en uno. Y en esto me pareció increíblemente peculiar. Hay que leer el libro con un cinturón de seguridad porque uno se puede perder fácilmente entre los relatos variados, los personajes, las intrigas. ¡Qué paseo! Cuatro libros dije: su libro; el libro del estudiante
universitario de la primera página quejándose de como escribir el comienzo de
su libro, luego los de los tres personajes de los tres comienzos diferentes, ellos también escribiendo y proponiendo personajes.
El Pooka, el diablo; John Furriskey que en realidad es un creación de otro personaje fictivo Dermot Trellis; Finn Mac Cool (el personaje legendario) y
de una multitud de otros personajes que sirven para mostrar y hablar de la
sociedad en la que vive: de literatura, de teatro, de poesía, de legados, de
las pulsiones, de leyendas, del alcohol de los pubs irlandeses, de las mujeres. Personajes
que llegan en algún momento a encontrarse e interrelacionarse, personajes que se independizan de su creador, en un laberinto
de lo más entrelazado entre mundos legendarios y modernos, juego, crimen,
sangre, poesía. Y siempre, como una brisa, las reflexiones del estudiante sobre
lo que es escribir, sus progresos literarios como una forma de evasión de su
vida monótona con su tío desconfiado y tradicional, y claro también de sus escapadas por los pubs.
“Evil is even,
truth is an odd number and death is a full stop. When a dog barks late at night
and then retires again to bed, he punctuates and gives majesty to the serial
enigma of the dark, laying it more evenly and heavily upon the fabric of the
mind.”
Me ha costado
leer este libro. Seguir la trama sin perderme. Pero no me arrepiento
haberlo hecho. Es una joya de ideas y pensamientos originales sobre el arte de
escribir, sobre la literatura, sobre la sociedad irlandesa de O’Brien con sus
particularidades propias. O’Brien escribe frases hermosas, directas, fuertes y
a veces sobrecogedoras. La sátira, su talento cómico, su talento pleno y entero han hecho me
quede pensando, sorprendida con el ingenio de ese autor. Yo sabía, cuando abrí
el libro que algo se tramaba, lo supe, sí, sí.
Cuando mi
hermana Elena se fue a trabajar un año a Escocia con espíritu de aventura, hace
unos añitos ya, regresó con un escocés en su valija. Y pedazo de hombre resultó
el cuñado: un hombre alto, grandote;
cuando mis hijos, mi hermano Sebastian se ponen a su lado, estamos en Brobdingnag; Dean es una persona jovial, divertida y super tranquila. Él parece
totalmente satisfecho con su vida todo el tiempo y pienso que esa actitud la
relaja a Elena. Las fiestas que organizaron fueron memorables haciéndonos
descubrir sus whiskies preferidos. El cocinero adoptó a toda la familia y qué familia y
qué comida nos hace. Ahora los dos viven en Verdun, un barrio sureño cerca del
río donde crían a Alfie. Se compraron una casita hermosa, que pagan con
dificultad puesto que la pandemia interrumpió el trabajo de Dean desde el mes
de marzo y si Elena trabaja, sigue siendo la mitad de lo que tenían hace unos
meses. Dean, harto de esperar que mejore la situación para los restaurantes,
decidió estudiar para ser plomero y me parece una excelente idea. Donde vaya y
haga lo que haga, nadie lo va a entender con su acento. Qué gracioso. Elena trabaja
desde casa y el papá se ocupa del niño. Qué bien se la ve a mi querida Elena.
Hoy cumple 39 años y espera su segundo hijo para el mes de junio. Está hermosa
y feliz. Es una mamá realizada y cariñosa, atenta. El primer hijo de los McCrudden
es una maravilla de bebé risueño ademâs de ser el amor absoluto de mi vida. Cuando la fui a
ver al hospital al nacer Alfie, me enamoré ahí mismo para la vida de mi
sobrino. Esperan una hija según la ecografía y la estamos esperando. Mis hijos
adoran a Elena, fue el vínculo entre las generaciones. Mi papá, el patriarca,
Elena la tía comprensiva y amiga. Mis hijos se sintieron incluidos y
comprendidos gracia a su inteligencia emocional. La quiero tanto. Le deseo
tanto bien, un embarazo sereno y la realización de sus proyectos. Hoy, un día
de invierno suave, que sea un buen presagio para el futuro.