Por las mañanas me levanto con dolor en los pies. Entre el tango y las caminatas, los zapatos me hacen doler; por otra parte, me resulta casi imposible encontrar un zapato que me convenga del todo. He intentado comprar a mi pie, un poco más grande, deportivo, caro, etc., vos dirás. Así y todo, no encuentro un calzado que me permita caminar o bailar sin sufrir por lo menos un poco. Después están las rodillas, ah las malditas, desde hace poco empezaron a inflamarse o a hincharse (serán pequeños derrames sinoviales). La verdad es que no sé, pero al bajar escaleras parece que mis rodillas van a dislocarse, descalzarse. La espalda, los tobillos. Joder, qué vieja estoy haciendo el recuento de mis achaques y dolores. Sí así es Manola como lo decía mí madre, ya te contaré de la espalda, ay si supieras como se me hinchan los pies. Y todos los días, un calambre por aquí, un accidente por allá (ya van varios, pero solo ayer me caí feamente del alto de las escaleras de mi casa y casi me rompo la cabeza además de golpearme el tobillo duramente). Así estamos, puro ligamentos, inflamaciones, moretones, esguinces, pero con un moral de fierro, porque, aunque no siga el cuerpo, me siento muy bien, empujándome con las piernas a recorrer espacio y sintiendo el aire todo a mi alrededor, andando mucho y bailando también, todo en control. Estoy afuera, respirando en movimiento y estoy feliz.
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