El amor fue
tan poderoso que sentía que estabas metido en todas mis células, recorrías mi
cuerpo entero por la sangre. Con cada respiración, eras aire fresco y vital para
mis pulmones; no sabes cuánto te amé. En mi cabeza, seguías los impulsos de las
conexiones entre cada región de mi cerebro en un mapa cerebral creado por mi
cariño, ahí estabas presente como una onda intensa viajando de un área a otra. La
vista, el olfato, el tacto, el gusto, eras mi sentido del equilibrio. Vivías en
mí, pero también fuera de mí derritiendo mi piel con solo mirarme, creando con
tu voz una unión tan fuerte entre mi mente y mi corazón que la espina dorsal se
me estremecía. Entonces, cuando te fuiste, no, cuando te perdí, tampoco, cuando
nos dejamos, lejos de mis ojos, sin tu boca sobre la mía, sin poder pegar mi
nariz a tu cuello y respirarte, sin oír las inflexiones de tu voz en el rincón
del oído, sin poder tocarte de la punta de mis dedos, la sensación fue la de un
cuchillo clavado en todo mi ser. Un dolor tan fuerte que hasta varios años después
de tu partida te sentía aún perfectamente como si estuvieras a mi lado. Con el
tiempo, el dolor del corte fue transformándose en quemadura y más adelante en
punzadas más o menos difusas en el pecho. Sin embargo, sigo sintiéndote a mi
lado, como un amputado siente la sábana sobre una pierna que ya no existe. A veces creo verte aparecer en una esquina u
oír los tonos graves de tu voz: tu presencia es un dolor fantasma.
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