martes, 19 de enero de 2021

Sobre cosas que ya no hago


- ¿O sea que no te hace falta nada de antes de la pandemia?, me pregunta F.

-Hacerme falta, no sé, por supuesto que quisiera que la vida vuelva a la normal. No he viajado en el verano. No he viajado ni viajaré en un futuro próximo. Eso me hace falta, pero tampoco es el fin del mundo.

-A mí me desespera no poder ver a gente. Me siento mal.

-Vos tenés chicos chicos y ya no los aguantás, no es lo mismo.

-No te creo del todo, Inés, salías mucho antes de que se cierre todo.

- ¿Hablás de las milongas? Sí, puede ser, las milongas… Algo exagero, sí salía, veía a mi padre, a mis hijos, mucho más que ahora. Me iba al campo, iba a tomar un café en un café con una amiga con cierta frecuencia. Sí, es cierto. Parece tan lejano todo eso, la vida a varios. En regla general era, bueno soy, bastante tranquila, le digo colgando el teléfono.

Pero la verdad es que mi amiga tiene razón. Salía mucho. Iba a las milongas cuatro veces a la semana y en verano más. Lo que pasa es que no me hacen falta. La mayoría del tiempo iba sola. El amor del baile me hacía salir tarde y volver aún más tarde; las milongas y los encuentros, no eran importantes, lo importante era bailar y con quién se bailaba. Nada más. 

Y eso es diferente de la milonga argentina que realmente es una salida social, un tiempo para ver a amigos, conversar, tomar un trago, ojearse a los nuevos, observar las parejitas, viejas o recién formadas. 

Las milongas son un microcosmo, un universo con sus personajes, sus códigos, sus historias. Una persona entra y ya de inmediato sesenta ojos lanzan miradas como rayos x; zum, zum de arriba abajo, en un vistazo ya se analizó un montón de cosas. Los zapatos dan una clave sobre el nivel, el atuendo y la postura: la proveniencia sur o norte y hasta quizás, la nacionalidad, ¿viene sola?, ¿conoce a gente?, todos los ojos, de costado por supuesto, siguen revisando y obteniendo información vital. La inspección dura unos minutos apenas. Si la nueva persona es una mujer, si es joven, habrá quien la invite, alguien se sacrificará para saber si baila bien. Todos los hombres mirarán. Si la persona es mayor, un viejo milonguero, puede ser también una mujer, deberá acercarse para charlar, invitarla a la mesa, de otra manera es poco probable que se anime un bailarín a sacarla si no la conoce o no la ha visto bailar. Si la nueva persona es hombre, su actitud con respecto a los códigos de la milonga, donde se posicionará a mirar, como entrará en la pista, tantos índices reveladores además del cabeceo, claro y más prosaicamente su ropa, son los elementos que jugarán un rol fundamental. Es tonto, pero es así.

Cada milonga es diferente, obviamente, el ambiente, la música, aunque siempre aparezcan los mimos bailarines. En Montreal, no somos más que 600-800 personas que bailamos, sin embargo, cada milonga tiene su estilo. El martes, iba yo a la milonguita Cosy, debajo del puente Jacques-Cartier donde me encontraba con la banda de los argentinos, Gustavo, mi profe, Edgardo y sus amigos. Cosy era de tamaño interesante y tenía una vidriera que se podía levantar en el verano. Santiago, el dueño, fue unos de los primeros en Montreal en abrir una academia por los años 80, siempre abrió milongas por diferentes barrios de la ciudad. Fue, en su época, un bailarín de los buenos, ahora lo llamamos sencillamente Gordo. Santiago ya no enseña, pero sigue queriendo desarrollar el tango aquí apoyando las iniciativas tangueras, las orquestas locales y la difusión en general de esa cultura. A Cosy lo administra él con la ayuda de su mujer, un amor de persona, una búlgara excelente bailarina.

Iba yo a Cosy porque el Dj era bueno, el piso era excelente y siempre bailaba bastante con Gustavo que era un gusto. No es comparable bailar con un verdadero bailarín. En Cosy llegaban tarde los buenos desdichadamente y ya por ser martes no los veía o me tocaba verlos solo un poquito, un momentito antes de que volviera a casa. Siempre me divertía con los muchachos que se quedaban al lado del bar. Me presumían y me hacían sentir como una reina. Lo lindo de Cosy era que me quedaba un ratito nomás, sin tiempo de llevarme un disgusto. Tres horitas de baile y chaú. Lindo. (sigue)

 

Aqui en Cosy, Santiago barbudo detrás del bar, mi profe Gustavo de Balvanera y yo, celebrando el día de los muertos del 2018. 

 

 


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