miércoles, 20 de enero de 2021

Sobre cosas que ya no hago 2

 

Antes, cuando se podía, en ese otro mundo que era nuestro, cuando me preguntaban de mi fin de semana en el trabajo, solía responder que el domingo había estado en Florida. Era broma, por supuesto, pero cuando recuerdo las milongas de Mon Tango, me viene a la memoria, sol, calor, humedad, risas y buen humor. Tiene muchas ventajas esa milonga, primero me tomaba apenas unos minutos cruzar un parque y llegar al local que vio mis primeros intentos tangueros, la tenía cerquísima; segundo, en invierno, entraba tanto sol y tantos buenos bailarines que la temperatura subía hasta parecerse tropical. Estábamos las mujeres sin medias, sin mangas, con vestidos a escote y seguíamos con calor. Los vidrios empañados con nuestro esfuerzo. Era como tomarse un baño exótico en este país imposiblemente frio. Los últimos años, tres o cuatro, iba, sin excepción, los domingos de tardecita a la clase antes de la milonga y me quedaba bailando hasta las cuatro o cinco de la tarde, terminando el día de reposo cenando en lo de mi padre. Qué buenos domingos. Cerca del bar, los argentinos, ¿por qué será que en todas las milongas?… Hugo, Rubén, Eduardo, buenos bailarines, con estilo, que iban a chamuyar y claro después de tantos años de participar, buenos amigos, linda gente. Por mucho tiempo, fue la única milonga donde iba, mi casa, mi sitio. Le tengo mucho cariño.

 Después de cenar el sábado, me tocaba elegir un vestido adecuado, limpiar y preparar los zapatos, hacerme el pelo o la cara, o los dos, la noche sería larga. El sábado iba al Tango Social Club. Uh, qué buena milonga, milonga en serio, con bailarines en serio, con música en serio, donde bailé tandas memorables con gente que desconocía, milongueros de otros sitios, milongueros que no veía en ninguna otra parte y también donde veía a los amigos. Ahí me tocó bailar con Pablo Verón, que se debe haber confundido invitándome, tomándome por otra persona. El estrés que sentí fue tal que no recuerdo la sensación, solo el sofoco. En esa milonga se organizan festivales y demás tonterías donde no voy, pero es una de las milongas donde había más misterio. Iban muchos jóvenes. Empezaba a las diez, pero nadie se presentaba tan temprano. Buenísimos bailarines. Alto nivel. Buenas noches de mucho, mucho bailar. ¡Ah!, suspiro.

 El jueves por un par de horas me iba chez Coco. Milonguita casi siempre vacía o al contrario repleta, nada en el medio, donde se podía bailar o no. El Dj era de lo más simpático, la organizadora divina: a veces me divertía, a veces regresaba a casa enfurruñada. Siempre algo bailaba sin embargo y si el ambiente no era como el de las otras milongas, bien contentos estábamos los milongueros de tener la posibilidad de salir el jueves. Las clases pre-milongas eran siempre buenísimas, con profes invitados, donde siempre se aprendía algo nuevo e interesante. Lo hermoso de Coco era el teatro donde se realizaba, un teatro de los años treinta con un decor art deco absolutamente hermoso.

Tres veces al año, los tangueros de Montreal estaban invitados a bailar en el teatro St-James en el viejo Montreal. Esplendido. También, para los fanáticos estaba el festival internacional de tango de Montreal, el Bailongo y todos los eventos al aire libre en las plazas y parques de la ciudad en el verano. Tantos, tantos que se me va la cabeza recordándolos.

Al final cuando lo pienso en serio, mi amiga F. tenía razón, salía bastante. No me hace falta, me gusta bailar y si iba tanto era para intentar bailar con lo mejorcito que hay aquí, el mundo está claramente divido en dos, los que bailan bien y los que no. Tanto deseaba yo ir a Buenos Aires para bailar y aprender. Cuando el mundo vuelva a ser mundo, cuando se pueda salir, entonces me pondré a pensar si me hacen falta las milongas o no.



 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario