Hoy para su
cumple, Benjamín se afeitó la barba. Hace más de un año que andaba barbudo y le
quedaba bien. Sin ella, parece tener
diez años menos, parece el niño travieso y pícaro que siempre fue.
Afortunadamente, para mis nervios de madre ansiosa, esa travesura se transformó
en pasión y con ella pudo llevar a cabo sus estudios y proyectos logrando
hacerlo con placer e interés y hasta un cierto éxito. Quién lo hubiese dicho. Pasión
que también lo lleva a meterse en situaciones de las cuales pierde el control.
Calentón mi hijo, peleador, excesivo, frágil, muy, muy sensible detrás de ese
aspecto de oso que tiene. Desde lo alto de sus 24 años, está muy lindo, con ese
corazón de oro que tiene, mi hijo querido.
Por suerte la
rabia que sentía estos últimos días, rabia contra el universo completo, se
transformó hoy en resignación tranquila. Otro cumple COVID después del de su
hermano mayor, sin amigos, sin fiestas, sin excesos, sin cena en lo de su
abuelo que lo suele mimar. Estas últimas semanas, se sentía desolado, solo,
malhumorado, con rabia de no poder ver a su gente, su banda, sus hermanos. El
tiempo que pasa por entre sus dedos como agua, lo deja descorazonado. Harto de
estudiar en su departamentito, harto de hablarse a sí mismo, harto,
absolutamente harto de las pantallas, quiere ir a una biblioteca, quiere leer
libros de papel. Quiere reunirse, dar la mano, discutir con gente, tomar a una
mujer por la cintura y bailar, comer el domingo con su familia. El aislamiento
no es fácil para él: ¡es tan social!
Sin embargo, parecía contento cuando vino por casa rápidamente para saludarme antes de irse a instalarse con abrigo de invierno en un parque, y sentarse a buena distancia de un amigo, a conversar. Recordó que el año pasado había estado hablando en la ciudad de Quebec con dos inuit de paso por la capital de la provincia, habiéndose escapado del bullicio universitario de las competiciones de los juegos de la comunicación en los cuales participaba para su universidad. Los tres, se habían quedado un buen momento fumando un porro y aprendiendo palabras en inuktitut. La evocación de ese recuerdo, lo hizo sonreír. Bueno, mamá vine a saludar nomás… Me voy. Feliz cumple, hijo. Qué no te multen, porfa. Los encuentros a dos en un parque, aunque a buena distancia, están prohibidos. El día termina también a las siete y media porque a las ocho hay toque de queda. Y no hay que contar con la suerte, en particular con la policîa, para mis hijos varones, las estrellas brillan para el otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario