Jacques Ferron se suicidó. No lo sabía. Fue un shock enterarme por mi padre que, de
paso por mi casa para dejarme un paquete, me agradeció el video que le había
mandado. Un video de un pintor famoso de aquí, Marc Seguin, que no solo ilustró
un cuento de Ferron sino lo leyó enterito y parado delante de una cámara, convocado
por la biblioteca nacional de Quebec la cual quiso rendir un homenaje al
escritor que el 20 de enero hubiera cumplido 100 años. El video dura más o
menos 10 minutos. Es sobrio y el pintor lee el cuento lentamente. Lo que está
bien. Se lo mandé a mi padre porque Jacques Ferron era su amigo además de haber
sido, en los últimos años, su paciente. Pensé que le gustaría oír la prosa de
ese escritor complejo. El cuento es simpático. La reacción de mi padre me
sorprendió.
Mi padre anda
sensible. Ya lo explicaré.
Me contó que se
mató tomando píldoras; me dijo, entre dos puertas, rapidito, que lo había
anunciado en un libro que le dedicó.
Gracias, hija
por el video
¿te gustó?
Sabes que me dedicó
un libro, ¿no?
Sí, papá, por
supuesto.
Ahí anuncia que
se matará.
La voz de mi
padre estaba conmocionada y algo, en el fondo, resentida.
Yo siempre pensé
que se había muerto de viejo, siempre me pareció viejo. Las últimas veces que
lo vi, estaba tan alejado del mundo, de los seres humanos, que daba la
impresión de una desconexión completa con su entorno. Por otra parte, era un hombre que siempre me
miró a los ojos al hablarme. Lo conocí cuando era muy chica. Apenas cinco años
tendría, esa es la edad a partir de la cual me acuerdo de las cosas, si habrá
sido antes no lo recuerdo. Íbamos a su casa lejos de Montreal a pasar largas tardes
de verano. Me acuerdo estar absolutamente aterrorizada por los gansos que se
acercaban cuando llegábamos a su casa que quedaba arriba de una colina en el
campo. Me acuerdo de que su mujer, la segunda creo, Madeleine, era muy dulce
con nosotros y obligaba a sus hijos, pobres, a ocuparse de Paulina y yo. Lo que hicieron siempre brillantemente.
Me fijo en la
enciclopedia hoy y veo que murió a los 64. Me impresionó saberlo. Casi mi edad. Lo vi por última vez en
1983-1984, un año antes de su muerte. Estábamos en torno de la mesa de comedor
de mi padre. Lo veo como si hubiera ocurrido ayer, me pregunta: Inés, ¿qué
quieres hacer en la vida? En ese entonces, sin sentir vergüenza, le dije que
quería escribir. Vi sus ojos entristecerse. Luego de un suspiro, añadió que al
escribir me fijara en escribir frases, párrafos, diálogos que siempre puedan
tener dos interpretaciones. Ahí estaba la clave.
Yo le tengo un inmenso
cariño a Jacques Ferron y a su familia. Yo era una niña y era un amigo de mi padre, poco o nada sabía del escritor, el polemista, el médico, el político que fue y que dejó
su marca en esta provincia. Ese hombre complicado, humano, comprometido,
fascinado por su pueblo, su gente, su historia, que escribió tantos cuentos
importantes en su escritorio de médico donde recibía a sus pacientes cobrándoles
casi nada porque no tenían dinero, fascinado por la locura… me queda ese consejo
que no usé de forma adecuada hasta ahora sino que siempre recuerdo.
(Sigue.)
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