Como estos días
solo existe una enfermedad en el planeta y que la gente no tiene derecho a
enfermarse, cuando Charlie se quejó de sentirse mal, el pecho oprimido, fiebre
y malestar general, no hubo otra que de pedirle que se haga un test. Si nos dan
un resultado positivo, los dos tendremos que quedarnos en casa confinados 10
días.
Hoy al salir, me
encontré con una colega que vive cerca de mi casa. Cuando le conté que Charlie
andaba mal, lo vi en sus ojos, el miedo, gente. El miedo. Imperceptiblemente,
su cuerpo se echó un poco hacia atrás, los hombros se pusieron tensos. Puso la mano
sobre el barbijo para ver si estaba bien puesto. En los ojos, se veía en sus ojos que ya no
estaba tan contenta de verme. Yo era el peligro, un peligro que ya no era solo
supuesto sino real. El virus andaba probablemente encima de mí, cabalgando por
mis vías respiratorias. Por mi boca, mi nariz, mis manos. Al verla tan molesta,
me alejé, ya estábamos a más de dos metros, pero me aparté muchos más. No
obstante, el miedo ya se había instalado entre nosotras dos: un miedo neurótico,
desproporcionado, él de la imaginación, el peor de todos. Un miedo de un
problema posible y no cuantificable.
Mirándola consideré
lo que trasmitía su energía: como todas las emociones humanas el miedo admite
graduación. ¿A qué nivel estaría mi camarada de trabajo? Riesgo, aprensión,
temor, peligro, terror, no claro, no había terror en sus ojos sino susto. El
timbre de su voz se hizo más alto, los ojos distraídos, los músculos tendidos,
una postura adaptada a la posibilidad de tener que salir corriendo, joder. Sin
embargo, dominó algo su temor y terminó de hablar como si fuéramos dos personas
civilizadas y no como seres en peligro en una selva en frente a un león.
Me despedí cordialmente
y me puse a pensar en el miedo que vivimos desde hace 8 o 9 meses. Un miedo
colectivo entretenido por los medios de información de masa, estamos en una
distopia. Un miedo como construcción social haciendo estallar pánico en la
población, una especie de dominación política soft y de control social
oportunista: los montrealeses se portan bastante bien (yo incluida) respetando
las directivas de la Salud pública, qué remedio.
El miedo existe
en la calle, en la tele, en los hospitales, en el cansancio de las enfermeras y
de los médicos, en los pasajeros del metro que se observan unos y otros con
recelo, en las colas que se forman por todas partes. Estamos constantemente advertidos que la
enfermedad puede contagiarse en cualquier lugar, en cualquier momento, todo es
verdad por supuesto. Pero ¿cuál es la dimensión de la amenaza, por favor? La
alarma se mantiene con el recuento diario del número de pacientes afectados, internados
o muertos en la provincia. Estamos en el Quebec a 40 muertos por día, una cifra
elevada y eficaz.
Aún más torcido,
el gobierno ha producido unos cuestionarios para entrar en ciertos lugares
donde se encuentran siempre las mismas preguntas (yo las tuve que hace a diario
a mis alumnos antes de empezar la clase) : ¿siente dolor de garganta, tiene fiebre,
se siente cansado? Termina la encuesta con ¿ha estado en contacto con una
persona que ha contraído la Covid? Y los
que preguntan no pueden dejar de usar un tono desaprobador. Como si haber contraído
la Covid era un pecado mortal, una infamia, un defecto de carácter y no una
enfermedad.
Yo soy de
pensar, eso funciona para mí, que dejo de tener miedo de aquello que se ha
aprendido a entender. Con mejor
información, lo tendríamos menos metido en el cuerpo.
Si por si acaso
Charlie sale positivo…
FEAR (Raymond
Carver)
Fear of knowing
the danger
Fear of falling
Fear of the
worst case scenario
Fear of what the
doctor says
Fear of many
months of healing
Fear of the
unstable ankle
Fear of stepping
back on your board
Fear of doing it
again
Fear of everyone
watching
Fear of knowing
the possibilities out there
Fear of should I
hold on or should I bail
Fear of fear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario