Si yo no lo
conocía bien a Ferron, mi padre en cambio sí. Ya le voy preguntar. Lo que
sé, por conocerlo un poquito es que Jacques Ferron tenía una cultura
impresionante, en sus libros se la descubre al mismo tiempo que revela la
cultura de la oralidad de aquí, los mitos fundadores de su gente, las leyendas,
intenta volver a las raíces del Quebec. Usa de la mitología como un guiño
incorporándola a sus cuentos; no es fácil leer sus libros, son densos y hay que
ir paso a paso; su literatura es desconcertante, culmina en una imaginación
impagable, pintoresca, sardónica, fantasmagórica, chispeante de inteligencia y
emoción. El lector se sumerge en sus mundos predilectos que impregnan la obra: la
península de Gaspé, los suburbios de Montreal, la medicina, la locura, el
infierno; era un médico que había trabajado muchos años en uno de los barrios
más pobres de los suburbios de Montreal. Y en la época, se quedaba en su
consultorio, situado en un sótano algo sórdido, para escribir. Un médico que
trabajó en un hospital siquiátrico absolutamente fascinado por la locura.
Cuando conversaba, tenía una voz baja, un murmullo apenas, lenta, había que
acercarse para oírlo bien y ahí se podía sentir su ternura, su ironía, su
compromiso político y su gran conocimiento de la historia de su región, de su
pueblo. Era un nacionalista socialista y pacífico, convencido de la necesidad
de separar la provincia del resto de la confederación canadiense porque tenía miedo
a que el Quebec se transforme en una Escocia resentida. Pero su militancia fue
ambigua, irónica. Fundó el partido Rinoceronte que fue una sátira de la
política convencional. Cuando pudo, usó de su notoriedad para
intervenir en cuestiones sociales: la crisis de octubre de 1970. Mâs adelante, algo pasó en
su historia… y es ahí que interviene mi padre.
Ayer mi padre
me contó que el padre de Ferron se había suicidado como un principio de explicación a su propia muerte. Me contó que había sido un
notable metido en asuntos no del todo limpios. Quiso decir algo más a ese respecto,
pero se calló y se fue. Al final de su vida, Ferron usaba demasiadas píldoras
para funcionar, para estar despierto, para dormir. Una depresión que lo dejaba
sin inspiración, sin poder escribir. Él, que a partir de los años 40 hasta el
final de los 70, había escrito cientos de cuentos, cuarenta obras editadas, un
montón de piezas de teatro. La historia de la amistad entre mi padre y su
colega le causa dolor a mi padre. Lo vi en sus ojos. Y si anda
sensible es que empezó a escribir a su vez. Escribe sobre su vida y sus
recuerdos. Lo hace bien, escribe lindo y ameno. No sabe, me dice, hasta donde
llegará, va lento y seguro.
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